lunes, 18 de junio de 2007

(IR)REGULARIDAD

Por encima del resto de meses del año, Junio destaca por dos cosas: el inicio del calor estival y la repetición hasta la saciedad de una frase: “el equipo más regular es el que gana la liga”. Nos acostumbramos de pequeños tanto a lo primero como a lo segundo y asumimos su llegada como algo incuestionable, casi una de las pocas verdades absolutas del universo. Incluso aceptamos –mal que nos pese-, que no siempre gana el equipo que se lo merece y que, en ocasiones, la rueda de la fortuna se da el capricho de regalar copas y títulos a conjuntos que no superaban la mediocridad. Dicho esto, sería mezquino ocultar el hecho de que nunca hay un único culpable y, por tanto, cuando el supuesto azar contradice las leyes del fútbol (si es que estas existen como tales), es porque ha contado con la inestimable colaboración de quien en el terreno de juego debía demostrar su teórica superioridad y no acabó exhibiendo más que patética incapacidad.

Esta mañana, al hojear la clasificación final de la liga, he comprendido que el término “regularidad” resulta ser algo más subjetivo de lo que en un principio esperábamos. En buena lógica, saborean las mieles del éxito (perdonen la cursilada) aquellos equipos que mejor atacan. Así es como alzaron sus victoriosos brazos al cielo barcelonés los Guardiola, Laudrup o Stoichkov, integrantes del Dream Team, o cómo hicieron lo propio la llamada Quinta del Buitre comandada por Santillana, Gordillo o Butragueño en Madrid (107 goles en 38 partidos durante la temporada 1989-90, qué barbaridad!). En su defecto, es seguro que también abrazaron el preciado título de liga aquellas formaciones que obtuvieron la máxima rentabilidad de un exiguo número de goles y ahí está la Paella Team de Cañizares, Aimar o Albelda en Valencia para dar fe de ello o los incombustibles colchoneros de Caminero, Kiko o Abel. Y finalmente, los que adaptaron tanto el conocido dicho “la mejor defensa, es una buena defensa” a sus propias necesidades como para mantener un estricto control defensivo; en las dos capitales vascas saben bien de lo que estoy hablando, particularmente los Arkonada, Satrústegui o López Ufarte en el bando realista y los siempre míticos leones de San Mamés con Sarabia, Txetxu Rojo o el polémico Clemente.

Pero al escribir estas líneas aún no sé cómo definir / explicar este subcampeonato –si mucho me apuran, tampoco el campeón, pero eso ya es problema de otros-. Los datos, siempre fríos pero exactos, nos aportan cifras confusas: el F.C. Barcelona ha sido el equipo más anotador (78 tantos –una docena más que el campeón final-, con una media de 2`05 goles por partido) y el mínimo goleado (33 encajados, los mismos que el Getafe, esto es, algo menos de 1 gol por partido). Ronaldinho, se ha quedado a 4 goles del Pichichi –finalmente conseguido por Van Nistelrooy- y sólo el haber disputado todos los partidos de liga –curiosa circunstancia- ha impedido a Víctor Valdés llevarse el Trofeo Ricardo Zamora. Son datos de los que no pueden presumir todas las escuadras que este año se han proclamado campeones de liga en sus respectivos países. Pero, a pesar de todo, la dura realidad se obceca en imponerse y -parafraseando una de las canciones del peculiar Joaquín Sabina-, afirmaría que “nos sobran los motivos” para explicar la naturaleza de tal sinsentido. Lo más curioso es que el Barça no ha perdido ningún partido de liga en casa pero aún así, es precisamente en casa donde se ha perdido esta liga si nos remitimos a los últimos partidos contra el Betis (empate con gol en el último mínimo de los verdiblancos tras un extremo fallo de atención) y el español de Tamudo (de nuevo un empate en los instantes finales, producto de un fuera de juego mal ejecutado).

Aún con todo y desde la mera rivalidad deportiva, debo concluir con un reconocimiento sincero y expreso a la fe que los merengues han mostrado y demostrado en los últimos meses. El equipo ha sido un desastre y el juego desplegado, impropio de un club con la categoría y el bagaje del Real Madrid. A finales de año, a imagen y semejanza de lo que venía siendo ya una mala costumbre en Concha Espina, la plantilla madridista se debatía en conflictos internos, disputas públicas con el entrenador, con la junta directiva, se alternaban rumores de dimisiones, ceses y listas negras. Al parecer, algunos jugadores acudían borrachos a los entrenamientos, eran sancionados por infracciones de tráfico y el club decidió desprenderse de Ronaldo, algo a lo que se había negado en redondo sólo hacía 5 meses y por un precio mayor. Los ultimatos a Fabio Capello se sucedían y su substituto estaba preparado cada fin de semana con un pasaje aéreo directo al banquillo del Bernabéu. Pero hoy son campeones y nadie puede discutir que, con tesón, fuerza bruta, coraje y mucha testarudez; de cabeza, de rebote, de espaldas o con el culo han sumado una cantidad de puntos ingentes con los que se situaron –para no perderlo- en todo lo alto del liderato. “Había que estar allí” exclamábamos llenos de gozo los culés cuando el Dream Team conquistaba ligas en el último suspiro; por eso hoy me dirijo a los merengues para felicitarles porque, en el momento adecuado, allí estaban.

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